Por Anakwa Dwamen, tomado de The New Yorker.
En el campo del oeste de La Habana, durante el otoño, los desvencijados autobuses amarillos llevan a estudiantes de medicina de primer año de la Escuela Latinoamericana de Medicina. Vistiendo batas blancas de manga corta y estetoscopios, van de puerta en puerta, haciendo rondas, a menudo hablando a sus pacientes en español. «Incluso las personas cuyas casas no estaba visitando a veces me pedían que me tomara la presión arterial, porque me acababan de ver en la calle», me dijo Nimeka Phillip, una estadounidense que se graduó de la escuela en 2015.
La Escuela Latinoamericana de Medicina, o ELAM, fue establecida por el gobierno cubano, en 1999, después de una serie de desastres naturales, incluido el huracán Mitch, que dejaron a las poblaciones vulnerables de América Central y el Caribe con una gran necesidad de atención médica. Este año, después de la temporada de huracanes, cientos de trabajadores de salud cubanos, muchos de ellos graduados de ELAM, viajarán a algunas de las áreas más afectadas del Atlántico para tratar a los heridos y enfermos. Todos los estudiantes que asisten a ELAM son internacionales. Muchos provienen de Asia, África y los Estados Unidos. La misión de la escuela es reclutar estudiantes de comunidades marginadas y de bajos ingresos, donde se les alienta a regresar, después de graduarse, a practicar medicina.