La influencia del senador Marco Rubio sobre Donald Trump es notable y lo es también en mis conversaciones con amigos periodistas en Washington. Parece que no hay tema político que escape a mencionar el nombre de este representante por la Florida.
El más reciente episodio: la maniobra de Rubio para descarrilar a la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, como posible ocupante del cargo de secretaria de Estado durante la administración Trump, ante una eventual dimisión de Rex Tillerson.
Rubio habría llamado la atención del presidente Trump acerca del trabajo de Haley. ¿Cuál fue el pecado de la diplomática? Emprender una sustitución paulatina de varios empleados de la misión de Estados Unidos en la ONU por personal de confianza que ella misma había traído desde Carolina del Sur y que le son leales, desde que participaron con ella en sus campañas por la gubernatura del Estado en 2010 y 2011.