Entrábamos al túnel oscuro e incierto de los años 90 del siglo pasado y sólo se hablaba del destino ineluctable de Cuba que, según los teóricos del fin de la Historia, no sobreviviría al colapso socialista de la URSS y el este de Europa.
De todas partes llegaban cronistas interesados en descifrar el misterio de la resistencia isleña. Los más serios. El resto sólo quería fotos de los edificios rotos y la pobreza material que avanzaba, asustándolos más a ellos que a cualquiera de nosotros, aunque el relato lo aderezaran testimonios criollos del impacto de las carencias.
Dos años después de iniciarse la década, se firmó la Ley Helms-Burton y la Asamblea general de la ONU comenzó a aprobar las condenas al bloqueo con sus resoluciones sin carácter vinculante, que siguen sin surtir efecto por lo que sabemos: a Estados Unidos no le importa lo que otros gobiernos acuerdan.