
Por Fédéric Thomas, tomado de Resumen Latinoamericano
Haití, el país más vulnerable del continente americano, se ve afectado por el covid-19 mientras que la población sufre ciclones, una pobreza generalizada y un gobierno gangrenado por la corrupción y totalmente desacreditado. Las últimas palabras de Georges Floyd se han convertido en un grito de alerta en las redes sociales: “Ayiti paka respire”, es decir, “Haití no puede respirar”.
En los últimos días Haití ha superado varias pruebas simbólicas: la del 1 de junio, fecha en que empieza la estación de ciclones, una estación que, al contrario de la del año pasado, se anuncia particularmente dura y agotadora; la del cambio de cien gourdes (la moneda nacional) por un dólar estadounidense (hace cinco años hacían falta dos veces menos) y la de los 3.000 casos confirmados de personas infectadas de covid-19, aunque sin lugar a dudas la cantidad real es mucho mayor.
Haití fue uno de los últimos países de América Latina a los que afectó el coronavirus, pero aunque el virus apareció tarde, llega en el peor momento para el país más vulnerable del continente. La pobreza afecta a casi el 60 % de la población, el 40 % de las y los haitianos está en una situación de inseguridad alimentaria y aproximadamente 2,5 millones de personas, es decir, más del 20 % de la población del país, vive en la capital, Port-au-Prince, un caos urbanístico en el que predominan los barrios de chabolas.
Carencia de todo
La situación sanitaria es reveladora del estado en el que se encuentra el país. Hay una cama de hospital por cada 1.502 habitantes, un médico por 3.353 habitantes y en total 124 camas de UCI. Y las instituciones sanitarias, la mayoría privadas, carecen de todo: equipamiento, material de protección, medicamentos, acceso al agua y a la electricidad, etc. En 2004 el presupuesto sanitario ascendía al 16,6 % de los gastos públicos y era superior a la tendencia regional, pero en 2017-2018 descendió drásticamente al 4,3 %,lo que supone un gasto de 13 dólares por persona, es decir, 26 veces menos que la media regional.
Al mismo tiempo prácticamente se ha doblado la parte de la financiación exterior de los gastos sanitarios totales, de modo que se ha operado una transferencia de una política pública a una privatización por medio de las ONG. Y esta transferencia, lejos de ser un accidente, es la consecuencia de una distribución de los papeles y los lugares dentro de una configuración neoliberal entre el Estado haitiano, la “comunidad” internacional y las ONG.
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